Cuando escribo una poesía o una narración, el mundo de mi alrededor se desvanece. Si escribo una aventura medieval, la habitación se convierte en un aposento para un trovador en un castillo y allí improvisa sus versos. Si la aventura se desarrolla en un bosque o en una llanura, me siento como cabalgando y protagonizando una escena. En el caso del volumen Una balalaika para Vladimir tenía diversos escenarios, la aburrida oficina, un despacho, luego parajes exóticos y mucha acción. Parecía que yo era un compañero más del Comando Pantera y contaba sus misiones. Reinaba el compañerismo y la solidaridad, lo cual no se puede decir de los actuales trabajos, donde uno aplasta al otro para subir de categoría o para mantenerse en su puesto.